| Las crisis del Mercosur, incluyendo la última, reitera una lección 
        que debe inducir a acción por parte de los socios. La han puesto 
        en evidencia observadores extranjeros y reconocidos analistas como Elvio 
        Baldinelli. Incluso lo plantea un editorial periodístico -muy controvertido 
        desde distintos ángulos- del Estado de San Pablo, el jueves 28 
        del último mes.  La lección es que resulta muy difícil -poco creíble 
        dicen quienes ya tienen experiencia en la materia, como empresarios, funcionarios 
        y especialistas europeos- que el Mercosur pueda ser tomado en serio con 
        sus reglas de juego e instituciones actuales.  Lo que parece claro es que el Mercosur sufre de "insuficiencia institucional", 
        en el sentido de que sus reglas de juego e instituciones no permiten satisfacer 
        demandas elementales de previsibilidad y eficacia. De ahí esa sensación 
        de marcha errática plagada de sobresaltos. Por cierto que las dificultades 
        económicas de los últimos meses -a partir de la crisis asiática- 
        explica muchos de los problemas. Pero no explican la forma en que los 
        problemas se manifiestan y lo ruidosos que suelen ser.  La insuficiencia institucional se manifiesta en dos planos que requieren 
        acción política. En primer lugar, muchas reglas son técnicamente 
        imperfectas o poco claras. En otros casos, se observan vacíos legales 
        notorios, como es el caso de la inexistencia de salvaguardias o válvulas 
        de escape para el caso de emergencias económicas o devaluaciones. 
        Existen o han existido en la vieja Comunidad Europea y en el Nafta varios 
        tipos de salvaguardias. En el Mercosur, la Argentina ha planteado reiteradamente 
        su necesidad.  Lo hizo en Ouro Preto, luego en 1996 y, más recientemente, antes 
        de la Cumbre de Asunción, siempre sin éxito. De haber sido 
        aprobadas no existiría la controversia sobre la Resolución 
        70 de la Aladi. Pero hay muchos otros ejemplos de normas confusas o situaciones 
        no previstas.  En segundo lugar, los mecanismos de decisión y de solución 
        de controversias no han permitido brindar respuestas rápidas a 
        muchos conflictos de opinión o de intereses que se han planteado. 
        No se trata de dar un salto a una institucionalización costosa 
        y burocrática. Se trata, sí, de reflexionar sobre si el 
        funcionamiento del Grupo Mercado Común y del mecanismo de solución 
        de controversias no podría ser objeto de perfeccionamiento que 
        tornara menos necesario que los conflictos escalen rápidamente 
        a la atención del alto nivel político de los socios.  Quizás la lección más profunda de las recientes 
        crisis es que, más que la frecuencia y seriedad de los conflictos 
        comerciales -que se intensifican cuanto más densas sean las relaciones 
        entre los socios-, lo que importa es la capacidad para superarlos en forma 
        racional. La calidad institucional, incluyendo las reglas de juego, es 
        más necesaria cuando hay dificultades económicas y cuando, 
        además, existen asimetrías de dimensión económica 
        entre los socios.  La diplomacia de integración requiere de un diálogo racional 
        y hasta silencioso, y no tanto de lenguaje duro.  No conviene generar la imagen de que es el Mercosur lo que está 
        en juego en cada conflicto. Sería atribuirle bases muy endebles 
        y ese no es el caso. Si las reglas no son claras o hay vacíos normativos 
        que afectan intereses legítimos de los socios, hay que negociar 
        reglas nuevas.  Si hay deferencias o controversias, hay que recurrir a los mecanismos 
        existentes. Si no funcionan bien, hay que perfeccionarlos. Para ello serán 
        sumamente valiosas las opiniones, las experiencias y perspectivas de los 
        protagonistas empresarios y sociales, de los parlamentarios y de la comunidad 
        académica. |