| Bien aprovechado, el 2006 puede ser un año propicio para avanzar 
        en un salto cuantitativo y cualitativo en la inserción económica 
        externa de la Argentina. En tal sentido, pueden mencionarse algunos factores, sin perjuicio de 
        otros. El país y no sólo su economía- ha comenzado 
        a superar las peores secuelas de la traumática experiencia de la 
        debacle del 2001. Estarían dadas entonces condiciones internas 
        para tornar sustentable la tendencia al crecimiento económico. 
        Esto es, lograr que quienes tienen que tomar decisiones de inversión, 
        tengan confianza en el futuro económico de la Argentina. Además 
        el 2006 es un año sin elecciones. Y el entorno económico 
        internacional si bien con fuertes nubarrones- permite ser relativamente 
        optimistas con respecto al comercio exterior argentino.  Pero por sobre todo, la buena noticia es que los desafíos para 
        generar un horizonte favorable de largo plazo, son hoy nítidos. 
        Ello es siempre una ventaja. Sin perjuicio de otros, tres se destacan: 
        convencer a los inversores propios y externos- que el país 
        ofrece condiciones de seguridad jurídica y perspectivas de crecimiento 
        económico sostenido; mantener un fuerte ritmo de aumento de las 
        exportaciones que permita continuar expandiendo las importaciones de aquellos 
        bienes de capital e insumos necesarios para ampliar y modernizar la capacidad 
        productiva y, como resultado de lo anterior, crear condiciones para generar 
        empleo y satisfacer las expectativas de bienestar de la sociedad.  En su relación con el mundo, el objetivo 2006 debería ser 
        dar pasos firmes en una dirección ambiciosa: esto es, alcanzar 
        un objetivo 2015, que sería el de una Argentina que haya dejado 
        atrás un largo período de comportamientos económicos 
        erráticos y de marcada frustración de sus ciudadanos.  Una aproximación realista a tales objetivos implica tener presentes 
        algunos rasgos que distinguen la inserción del país en el 
        mundo. Uno es la diversificación de su comercio exterior como 
        también del origen de los flujos de inversión directa externa-. 
        La Argentina es un global trader, ya que por su destino y 
        origen los flujos comerciales se distribuyen en forma relativamente proporcional 
        entre distintas regiones del mundo. Otro es el de su baja participación 
        en el intercambio global del orden del 0.4% del total-. Sólo 
        pocos productos de origen local son relevantes en el comercio mundial 
        ejemplos conocidos son los del complejo oleaginoso, los tubos de 
        acero y los limones, sin perjuicio de otros-. Por ello el país 
        no es un global player: es tomador y no formador de reglas 
        de juego. Y un tercero, es que se destaca más como consumidor que 
        como generador de progreso técnico: importa tecnologías 
        y exporta pocos bienes con valor agregado intelectual. Por muchas décadas 
        no se ha hecho el suficiente esfuerzo científico y tecnológico, 
        como para aspirar a ser percibido como foco relevante en la modernización 
        tecnológica mundial.  Las condiciones para un salto cuantitativo y cualitativo en la inserción 
        económica externa del país son conocidas: por un lado, estabilidad 
        a nivel macro no sólo económica  y transformación 
        a nivel micro en todos los planos, estos es, el de los comportamientos 
        de empresas e individuos, y el de la incorporación sistemática 
        del progreso técnico -junto a una obsesión por su compañero 
        de ruta inevitable en la modernidad, que es la calidad-, y por el otro, 
        un correcto diagnóstico de los márgenes de acción 
        que el país tiene en el mundo y en la región. En este último 
        plano, parece razonable abandonar una propensión histórica 
        a lecturas voluntaristas sobre nuestro lugar en mundo, así como 
        la recurrente tendencia a imaginar conspiraciones de todos los signos 
        destinadas a marginarnos y a someternos.  En la inserción económica externa de la Argentina, los 
        objetivos estratégicos parecen entonces claros. Por un lado, preservar 
        y en lo posible acentuar la diversificación de regiones y países 
        con los que se interactúa en el comercio y en las inversiones. 
        Por el otro, acrecentar la relevancia del país en los mercados 
        mundiales y, por ende, su capacidad para incidir en la formación 
        de reglas de juego de la competencia económica global.  Sin perjuicio que, por definición, tal estrategia implica no descuidar 
        ningún país por pequeño que sea incluso en 
        estos casos, su ABC1 puede ser un objetivo, por ejemplo, para productos 
        alimenticios diferenciados de origen argentino-, parecería recomendable 
        concentrar los esfuerzos en tres frentes prioritarios.  El primero es el de los países del denominado Grupo de los 20. 
        Si bien es un grupo centrado hasta ahora en cuestiones financieras, los 
        países que lo integran representan lo esencial del producto bruto, 
        de la población y del comercio mundial. De ahí la propuesta 
        de Fred Bergsten y de Jan Boyer en el sentido que los Estados Unidos deberían 
        tornar al grupo en eje prioritario de su diplomacia económica internacional 
        (ver al respecto, Fred Bergsten, The United States and the World 
        Economy: Foreign Economic Policy for the Next Decade, Institute 
        for Internacional Economics, Washington 2005). Lo integran los países 
        del G7 Estados Unidos, Unión Europea, Japón, Canadá, 
        Australia, Francia, Gran Bretaña, Italia y Canadá- y otros 
        once países que son Argentina, Australia, Brasil, China, India, 
        México, Rusia, Arabia Saudita, Sudáfrica, Corea del Sur, 
        Turquía e Indonesia. En este grupo además se encuentran 
        países que integran las coaliciones dominantes en las negociaciones 
        financieras y comerciales internacionales, entre ellas, el otro G.20 de 
        fuerte incidencia en los intentos por desatar los nudos agrícolas 
        de la Rueda Doha.  El segundo frente es el de los países del triángulo 
        atlántico, esto es, los Estados Unidos y Canadá, la 
        Unión Europea y los del sur americano en especial, el otro 
        triángulo conformado por Argentina, Brasil y Chile-. A través 
        de la historia es el que más incidencia ha tenido en el desarrollo 
        de la Argentina y sus naciones vecinas. En la perspectiva argentina, es 
        el ámbito dominante en los flujos de comercio e inversión 
        directa extranjera. Los países que lo integran tienen una voz determinante 
        en la evolución de las negociaciones agrícolas en la Organización 
        Mundial del Comercio.  Finalmente, el tercero es el del Mercosur y del espacio sudamericano. 
        Es central en la perspectiva del comercio de productos manufacturados 
        y de servicios de la Argentina, pero sobre todo lo es en relación 
        a cuestiones vinculadas con la energía, el desarrollo de la infraestructura 
        física y la seguridad. Son dos espacios superpuestos, con infinidad 
        de vasos comunicantes, que requieren de aproximaciones de geometría 
        variable y de múltiples velocidades. Ambos tienen identidad y agenda 
        propia. Pero ambos comparten también los elementos de identidad 
        y las cuestiones relevantes de sus respectivas agendas.  Los tres frentes mencionados tienen algo en común: la presencia 
        del Brasil. Ello permite colocar la alianza entre la Argentina y el Brasil, 
        en una perspectiva más compleja que la que suele predominar. Es 
        precisamente la común pertenencia a esos tres frentes de acción 
        externa, la que otorga toda su importancia a la idea estratégica 
        del trabajo conjunto entre las dos naciones. El objetivo fundamental es 
        el potenciar la capacidad recíproca de participar activamente en 
        el escenario global -competencia económica y negociaciones comerciales 
        internacionales- y en el escenario regional - seguridad y estabilidad 
        democrática-. Elementos centrales de esta alianza estratégica 
        binacional son: una efectiva y significativa preferencia económica 
        en materia de bienes, servicios, compras gubernamentales e inversiones; 
        reglas de juego y disciplinas colectivas que se cumplan, y una visión 
        compartida de desafíos que se plantean en los múltiples 
        espacios globales y regionales. Compartida no significa idéntica. 
        Significa sí una cierta lealtad mutua. En función de estos frentes prioritarios y de otros también 
        relevantes, surgen algunas prioridades para la Argentina en el 2006. Una 
        es profundizar un amplio consenso democrático en torno a una agenda 
        nacional de estabilidad macro y de transformación micro en 
        ambos casos, en todos planos y dimensiones-. Otra es contribuir activamente 
        a que la Rueda Doha culmine al menos en un escenario de éxito intermedio, 
        esto es, quizás bastante menos que un escenario de máxima 
        por ejemplo en materia de subsidios agrícolas-, pero mucho 
        más que uno de fracaso que podría arrastrar consigo 
        al propio sistema de la OMC-. Y una tercera es la de sincerar la relación 
        con el Brasil y la construcción del Mercosur, colocando su necesario 
        rediseño en función de un horizonte de futuro, a fin de 
        capitalizar lo ya logrado y de fortalecer los rasgos esenciales de la 
        alianza estratégica antes mencionados. |