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  Félix Peña

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 Diario La Nación | 6 de julio de 1999

Las negociaciones con la Unión Europea


La Cumbre Mercosur-Unión Europea arrojó tres resultados concretos. Se reflejan en el Comunicado de Río de Janeiro, principal documento emanado de este encuentro.

El primero es que el proceso negociador se inició formalmente, teniendo como objetivo la liberalización del comercio bilateral, progresiva y recíproca, sin excluir ningún sector y de conformidad con las reglas de la OMC. Ello implica ajustarse a los requerimientos del artículo XXIV del GATT 1994, o sea adoptar la forma de una zona de libre comercio. Los resultados constituirán un compromiso único que conformará un todo indivisible, o sea el principio del "single undertaking". Es como se ve, un enfoque muy similar al utilizado en el ALCA.

El segundo es la definición del siguiente paso y de su oportunidad. Concretamente, la Cumbre acordó iniciar las negociaciones en noviembre próximo en Bruselas, en una reunión del Consejo de Cooperación (integrado por representantes de los respectivos consejos, del GMC y de la Comisión Europea), en la que deberán definirse la estructura, la metodología y el calendario de las negociaciones. Preparar bien esta reunión es la nueva prioridad para los gobiernos y el sector privado.

El tercer resultado es el paralelo entre la negociación que simultáneamente la Unión Europea desarrollará con el Mercosur y con Chile. Ello parece lo natural ya que responde a realidades políticas y de los mercados, y va en la dirección de lo que es fácilmente previsible -y deseable-, esto es la incorporación plena de Chile a una nueva etapa del Mercosur.

Se ha dicho que los resultados de la Cumbre en este plano han sido pobres. No es así si se toman en cuenta los escenarios pesimistas que se barajaron hasta días antes de su realización, y las diferencias profundas de intereses y perspectivas que se dan particularmente en el campo agrícola, muy bien reseñadas por Roberto Lavagna hace poco en estas mismas páginas. Tampoco es así si se consideran los tiempos de la diplomacia de integración, que son necesariamente lentos a la luz de las dinámicas económicas y políticas. Se sabe que los caminos que conducen a Maastricht son más sinuosos y complejos que los que conducen a Kosovo. Pero los resultados son más valiosos en el caso que ellos sean logrados. La diplomacia de integración se maneja en el ámbito de las zonas grises y nunca tiene la nitidez de visiones simplistas, más propensas a ver las realidades negociadoras en términos de blanco o negro.

Lo cierto es que el Mercosur tiene ahora por delante tres procesos negociadores complejos y exigentes, sin perjuicio de otros que puedan desarrollarse con países individuales. El principal es el que, se espera, se inicie en noviembre en Seattle en el ámbito de la OMC. Es en nuestra opinión el eje principal de las negociaciones comerciales orientadas a abrir, en condiciones de estabilidad y previsibilidad, mercados para nuestros bienes y servicios. Los otros dos son el del ALCA y el de la Unión Europea. Los tres requieren un enfoque estratégico compartido entre los socios y vasos comunicantes fluidos en el desarrollo de cada negociación. De hecho, implican una sincronización de un espacio temporal que se extiende desde noviembre de 1999 (OMC, Seattle; ALCA, Toronto; UE, Bruselas) hasta algún momento del período 2003-2005.

Pero no es sólo un esfuerzo de definición estratégica y de organización el que impone la simultaneidad de negociaciones comerciales. El Mercosur enfrenta desafíos de consolidación y profundización para afirmarse como interlocutor válido en tales negociaciones. Ello implica trabajar en tres frentes, en los que se requieren imaginación y acción: el de la preferencia Mercosur; esto es, el de los privilegios de ser miembro del club, en materia de bienes así como de servicios y compras gubernamentales; el de las disciplinas colectivas, como son las exigencias que impone la pertenencia al club, particularmente en el campo de las políticas macroeconómicas y comerciales externas, y el de las insuficiencias institucionales, es decir, el plano de las reglas de juego y su efectivo cumplimiento, así como la administración de los naturales conflictos de intereses o de interpretación de las reglas que se producen entre socios que preservan sus visiones y soberanías nacionales, y que además tienen dimensiones económicas diferentes.

Las exigencias simultáneas de sus agendas externas e internas plantean la necesidad de una nueva etapa del Mercosur, en la que se ataquen con energía política y visión arquitectónica los tres frentes antes mencionados, dentro de los objetivos del Tratado de Asunción y sobre la base de los compromisos ya acumulados. Cambiar de enfoque ahora no parece necesario y afectaría la credibilidad del Mercosur, erosionando su capacidad negociadora externa. El enfoque inicial sigue siendo válido, esto es avanzar al desarrollo de un mercado común, lo que implica transitar por la etapa de una unión aduanera e incluye el objetivo de largo plazo de una moneda común, explícitamente reconocido en su discurso de Río por el presidente de Brasil, Fernando Henrique Cardoso.

Pero la definición de disciplinas colectivas macroeconómicas y de las adaptaciones que se requieran en la nueva etapa -incluyendo pactar una mayor flexibilidad en casos de situaciones económicas complejas, tanto para el arancel externo común como para la aplicación de salvaguardias excepcionales al comercio regional- sería una tarea más perdurable si se efectuara con la plena incorporación de Chile como miembro del Mercosur, lo que indudablemente implicará un período de convergencia en relación co n el arancel externo común.


Félix Peña es Director del Instituto de Comercio Internacional de la Fundación ICBC; Director de la Maestría en Relaciones Comerciales Internacionales de la Universidad Nacional de Tres de Febrero (UNTREF); Miembro del Comité Ejecutivo del Consejo Argentino para las Relaciones Internacionales (CARI). Miembro del Brains Trust del Evian Group. Ampliar trayectoria.

http://www.felixpena.com.ar | info@felixpena.com.ar


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