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  Félix Peña

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 Edición 97° Aniversario de El Cronista | Diciembre de 2005

Tres frentes externos y un objetivo estratégico


Bien aprovechado, el 2006 puede ser un año propicio para avanzar en un salto cuantitativo y cualitativo en la inserción económica externa de la Argentina.

En tal sentido, pueden mencionarse algunos factores, sin perjuicio de otros. El país –y no sólo su economía- ha comenzado a superar las peores secuelas de la traumática experiencia de la debacle del 2001. Estarían dadas entonces condiciones internas para tornar sustentable la tendencia al crecimiento económico. Esto es, lograr que quienes tienen que tomar decisiones de inversión, tengan confianza en el futuro económico de la Argentina. Además el 2006 es un año sin elecciones. Y el entorno económico internacional –si bien con fuertes nubarrones- permite ser relativamente optimistas con respecto al comercio exterior argentino.

Pero por sobre todo, la buena noticia es que los desafíos para generar un horizonte favorable de largo plazo, son hoy nítidos. Ello es siempre una ventaja. Sin perjuicio de otros, tres se destacan: convencer a los inversores –propios y externos- que el país ofrece condiciones de seguridad jurídica y perspectivas de crecimiento económico sostenido; mantener un fuerte ritmo de aumento de las exportaciones que permita continuar expandiendo las importaciones de aquellos bienes de capital e insumos necesarios para ampliar y modernizar la capacidad productiva y, como resultado de lo anterior, crear condiciones para generar empleo y satisfacer las expectativas de bienestar de la sociedad.

En su relación con el mundo, el objetivo 2006 debería ser dar pasos firmes en una dirección ambiciosa: esto es, alcanzar un objetivo 2015, que sería el de una Argentina que haya dejado atrás un largo período de comportamientos económicos erráticos y de marcada frustración de sus ciudadanos.

Una aproximación realista a tales objetivos implica tener presentes algunos rasgos que distinguen la inserción del país en el mundo. Uno es la diversificación de su comercio exterior –como también del origen de los flujos de inversión directa externa-. La Argentina es un “global trader”, ya que por su destino y origen los flujos comerciales se distribuyen en forma relativamente proporcional entre distintas regiones del mundo. Otro es el de su baja participación en el intercambio global –del orden del 0.4% del total-. Sólo pocos productos de origen local son relevantes en el comercio mundial –ejemplos conocidos son los del complejo oleaginoso, los tubos de acero y los limones, sin perjuicio de otros-. Por ello el país no es un “global player”: es tomador y no formador de reglas de juego. Y un tercero, es que se destaca más como consumidor que como generador de progreso técnico: importa tecnologías y exporta pocos bienes con valor agregado intelectual. Por muchas décadas no se ha hecho el suficiente esfuerzo científico y tecnológico, como para aspirar a ser percibido como foco relevante en la modernización tecnológica mundial.

Las condiciones para un salto cuantitativo y cualitativo en la inserción económica externa del país son conocidas: por un lado, estabilidad a nivel macro –no sólo económica – y transformación a nivel micro –en todos los planos, estos es, el de los comportamientos de empresas e individuos, y el de la incorporación sistemática del progreso técnico -junto a una obsesión por su compañero de ruta inevitable en la modernidad, que es la calidad-, y por el otro, un correcto diagnóstico de los márgenes de acción que el país tiene en el mundo y en la región. En este último plano, parece razonable abandonar una propensión histórica a lecturas voluntaristas sobre nuestro lugar en mundo, así como la recurrente tendencia a imaginar conspiraciones de todos los signos destinadas a marginarnos y a someternos.

En la inserción económica externa de la Argentina, los objetivos estratégicos parecen entonces claros. Por un lado, preservar y en lo posible acentuar la diversificación de regiones y países con los que se interactúa en el comercio y en las inversiones. Por el otro, acrecentar la relevancia del país en los mercados mundiales y, por ende, su capacidad para incidir en la formación de reglas de juego de la competencia económica global.

Sin perjuicio que, por definición, tal estrategia implica no descuidar ningún país por pequeño que sea –incluso en estos casos, su ABC1 puede ser un objetivo, por ejemplo, para productos alimenticios diferenciados de origen argentino-, parecería recomendable concentrar los esfuerzos en tres frentes prioritarios.

El primero es el de los países del denominado Grupo de los 20. Si bien es un grupo centrado hasta ahora en cuestiones financieras, los países que lo integran representan lo esencial del producto bruto, de la población y del comercio mundial. De ahí la propuesta de Fred Bergsten y de Jan Boyer en el sentido que los Estados Unidos deberían tornar al grupo en eje prioritario de su diplomacia económica internacional (ver al respecto, Fred Bergsten, “The United States and the World Economy: Foreign Economic Policy for the Next Decade”, Institute for Internacional Economics, Washington 2005). Lo integran los países del G7 –Estados Unidos, Unión Europea, Japón, Canadá, Australia, Francia, Gran Bretaña, Italia y Canadá- y otros once países que son Argentina, Australia, Brasil, China, India, México, Rusia, Arabia Saudita, Sudáfrica, Corea del Sur, Turquía e Indonesia. En este grupo además se encuentran países que integran las coaliciones dominantes en las negociaciones financieras y comerciales internacionales, entre ellas, el otro G.20 de fuerte incidencia en los intentos por desatar los nudos agrícolas de la Rueda Doha.

El segundo frente es el de los países del “triángulo atlántico”, esto es, los Estados Unidos y Canadá, la Unión Europea y los del sur americano –en especial, el otro triángulo conformado por Argentina, Brasil y Chile-. A través de la historia es el que más incidencia ha tenido en el desarrollo de la Argentina y sus naciones vecinas. En la perspectiva argentina, es el ámbito dominante en los flujos de comercio e inversión directa extranjera. Los países que lo integran tienen una voz determinante en la evolución de las negociaciones agrícolas en la Organización Mundial del Comercio.

Finalmente, el tercero es el del Mercosur y del espacio sudamericano. Es central en la perspectiva del comercio de productos manufacturados y de servicios de la Argentina, pero sobre todo lo es en relación a cuestiones vinculadas con la energía, el desarrollo de la infraestructura física y la seguridad. Son dos espacios superpuestos, con infinidad de vasos comunicantes, que requieren de aproximaciones de geometría variable y de múltiples velocidades. Ambos tienen identidad y agenda propia. Pero ambos comparten también los elementos de identidad y las cuestiones relevantes de sus respectivas agendas.

Los tres frentes mencionados tienen algo en común: la presencia del Brasil. Ello permite colocar la alianza entre la Argentina y el Brasil, en una perspectiva más compleja que la que suele predominar. Es precisamente la común pertenencia a esos tres frentes de acción externa, la que otorga toda su importancia a la idea estratégica del trabajo conjunto entre las dos naciones. El objetivo fundamental es el potenciar la capacidad recíproca de participar activamente en el escenario global -competencia económica y negociaciones comerciales internacionales- y en el escenario regional - seguridad y estabilidad democrática-. Elementos centrales de esta alianza estratégica binacional son: una efectiva y significativa preferencia económica en materia de bienes, servicios, compras gubernamentales e inversiones; reglas de juego y disciplinas colectivas que se cumplan, y una visión compartida de desafíos que se plantean en los múltiples espacios globales y regionales. Compartida no significa idéntica. Significa sí una cierta lealtad mutua.

En función de estos frentes prioritarios y de otros también relevantes, surgen algunas prioridades para la Argentina en el 2006. Una es profundizar un amplio consenso democrático en torno a una agenda nacional de estabilidad macro y de transformación micro –en ambos casos, en todos planos y dimensiones-. Otra es contribuir activamente a que la Rueda Doha culmine al menos en un escenario de éxito intermedio, esto es, quizás bastante menos que un escenario de máxima –por ejemplo en materia de subsidios agrícolas-, pero mucho más que uno de fracaso –que podría arrastrar consigo al propio sistema de la OMC-. Y una tercera es la de sincerar la relación con el Brasil y la construcción del Mercosur, colocando su necesario rediseño en función de un horizonte de futuro, a fin de capitalizar lo ya logrado y de fortalecer los rasgos esenciales de la alianza estratégica antes mencionados.


Félix Peña es Director del Instituto de Comercio Internacional de la Fundación ICBC; Director de la Maestría en Relaciones Comerciales Internacionales de la Universidad Nacional de Tres de Febrero (UNTREF); Miembro del Comité Ejecutivo del Consejo Argentino para las Relaciones Internacionales (CARI). Miembro del Brains Trust del Evian Group. Ampliar trayectoria.

http://www.felixpena.com.ar | info@felixpena.com.ar


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