La construcción de una Europa unida ha entrado en una fase de
fuertes incertidumbres y, a la vez, de grandes dilemas. Incertidumbres
con respecto al futuro de su modelo económico y social, sustento
de un modo de vida y de cada uno de los diversos sistemas políticos
nacionales. Dilemas en cuanto a cómo continuar la construcción
de un espacio integrado que presenta éxitos y también visibles
falencias.
Son incertidumbres y dilemas que reflejan el fin de un período
como consecuencia, en gran medida, de cambios internacionales profundos.
Que además afectan no sólo a las economías, pero
también a la vida política de varios países miembros
de la Unión Europea. Al menos de los más impactados por
la crisis del euro. Y no son solamente los deudores. Pero también
afectan a los ciudadanos. Están desorientados, por momentos se
indignan y protestan. No siempre tienen qué proponer.
Lo concreto es que ha empezado a cuestionarse la supervivencia misma
de la Unión Europea y no sólo de la zona del euro. La crisis
está adquiriendo entonces una dimensión existencial. Es
decir que lo que podría estar en juego es la propia noción
de un espacio europeo integrado. Incluso comienzan a surgir fantasmas
del pasado. Sutilmente los hizo presente la Canciller Angela Merkel cuando
días atrás recordaba en el Parlamento alemán que
lo que estaba en riesgo eran los logros de cincuenta años de paz
en Europa. Y muchos europeos recuerdan aún cuál era la realidad
antes de ese punto de inflexión que fue el Plan Schumann de 1950.
Es precisamente esa dimensión existencial la que puede complicar
la reiterada idea de superar la actual crisis con más Europa,
que implique dar un salto adelante en el desarrollo de instituciones y
políticas comunes. La dificultad que ese slogan plantea es que
para sectores quizás crecientes de varios países miembros
parecería ser el caso de los del grupo fundacional original
la propia Europa unida al incluir tan diversos y numerosos países
es precisamente el problema, por visualizarse en ella algunas de las causas
de la actual crisis.
Hay evidencias entonces de una erosión de la identidad europea
que se manifiesta en expresiones tales como su problema no es mi
problema, cuando algunos ciudadanos de países europeos se
refieren a lo que le ocurre, por ejemplo, a los griegos o a lo que podría
ocurrirle a los italianos, españoles o portugueses. Y al pensar
así reflejan el desconocimiento de que muy probablemente su propio
país no tenga un plan B razonable a la idea de una
Europa integrada.
De lo que está sucediendo en la integración europea, es
posible extraer tres conclusiones útiles a la hora de impulsar
la construcción de un espacio de gobernabilidad regional sudamericana
que incluya, por cierto, la superación de visibles insuficiencias
del Mercosur.
La primera es que la reingeniería permanente de sus instituciones
y políticas comunes a fin de adaptarlas a nuevas realidades y circunstancias,
es una demanda constante en la construcción de un espacio de integración
entre naciones soberanas que comparten un espacio geográfico regional.
La segunda es que tal reingeniería al igual que el diseño
original no puede responder a modelos preconcebidos ni de libros
de texto. En cierta forma, son trajes a la medida en función
de concretas realidades nacionales y de la percepción de los márgenes
de maniobra que provienen del contexto externo. Responden a lo que los
países miembros necesitan y, sobre todo, pueden hacer.
Y la tercera es que navegar el mundo actual, especialmente entre un conjunto
integrado de naciones contiguas, no tolera un GPS. No hay cartas de navegación
preestablecidas. Por el contrario, es algo que requiere mucho instinto,
realismo económico, flexibilidad y pericia técnica. Requiere
en particular, un esclarecido y fuerte liderazgo político en cada
uno de los países y, en especial, en aquellos con mayor capacidad
para influenciar sobre las realidades y para movilizar a los socios. Requiere,
finalmente, mucha suerte.
Es temprano aún para hacer un pronóstico sobre el futuro
de la integración europea. Su pasado genera la expectativa de que
Europa sabrá reinventarse. No es ésta una cuestión
indiferente para los países del Mercosur teniendo en cuenta la
negociación en curso para lograr un acuerdo interregional que sea
atractivo y original. Es decir, que tampoco quede atado a fórmulas
rígidas preconcebidas.
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