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  Félix Peña

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  Fundación ICBC | Diciembre 2013
La integración regional en América Latina: Hacia una estrategia nacional acorde con nuevas realidades regionales y globales

La idea estratégica de construir un entorno regional latinoamericano de paz y cooperación, favorable al desarrollo argentino y a la inserción competitiva del país en el mundo, ha sido valorada e impulsada en la Argentina de los últimos treinta años. Es, por cierto, una idea con raíces profundas en el tiempo y, entre otras, dio en su momento lugar a iniciativas concretas por parte de los Presidentes Perón y Frondizi.

Es una idea que encuentra un núcleo duro en una relación confiable entre Argentina y Brasil, abarcando múltiples dimensiones en el plano político como en el económico y social, incluida la reflejada en los acuerdos en materia nuclear. Pero de ninguna manera se limita a esta relación bilateral. Por el contrario, implica el desarrollo de un complejo y denso tejido de relaciones y acuerdos bilaterales con los demás países vecinos y luego con los otros países de la región. Implica también una red, por momentos un poco confusa, de instituciones de cooperación e integración entre los países de la región, desarrollada desde 1960 con la creación de la ALALC. Fue esta institución precisamente embrión de un sistema de preferencias comerciales entre los países sudamericanos y México. Tal sistema se inserta hoy en el marco de la ALADI, al que se han sumado otros países de la región latinoamericana.

En el abordaje de la integración regional como una idea estratégica que se construye gradualmente y a través de procesos que están lejos de ser simples y lineales, cabe tener presente dos planos fundamentales de reflexión y de acción. Uno es el existencial y otro el metodológico. El existencial se refiere a las razones que impulsan a países que comparten un espacio geográfico regional -por ejemplo el sudamericano o el más amplio latinoamericano- a trabajar juntos en aras de objetivos valorados, tales como el de paz y estabilidad política, democracia, desarrollo económico y social, y fortalecimiento de la capacidad para negociar y competir en el mundo. El metodológico se refiere a múltiples variantes de modalidades de acción que, eventualmente, permiten poner en práctica la vocación de trabajo conjunto.

Para entender ambos planos un aspecto fundamental a tener en cuenta es que los países optan por trabajar juntos porque entienden que les conviene. Esto es, llegan a lo regional a partir de la percepción de concretos intereses nacionales, supuestamente bien definidos. Los acuerdos que se logran y los mecanismos que se crean, están basados en el consenso. Es el caso del Mercosur. Nadie obliga a un país a incorporarse a un acuerdo y luego a seguir participando, si es que entiende que no le conviene y tiene -o cree tener- opciones diferentes a las planteadas en un determinado acuerdo. De allí que cabe a cada país interrogarse sobre su valoración del trabajo conjunto con otro u otros países de su entorno regional, y sobre cómo entiende más conveniente encarar los emprendimientos que se acuerden. No siempre se hace. Ello explica frustraciones que luego afloran.

Tras al menos cincuenta años de avances y retrocesos en la construcción de un espacio de integración económica que abarque la región latinoamericana, se observa en la actualidad un mosaico de acuerdos con distintos alcances y enfoques metodológicos. No es la única región del mundo en que esto ocurre. Tres acuerdos sobresalen y, por momentos, se percibe como que son o pueden ser contrapuestos. Uno es el Mercosur; el otro, más reciente y aún incipiente en su potencial sustentabilidad, es la Alianza del Pacífico y el tercero, más limitado en sus alcances prácticos, es el denominado ALBA. A estos acuerdos se suman otros de alcance geográfico más amplio, sea en el plano sudamericano, como es UNASUR, o en el latinoamericano, como son la CELAC, la ALADI y -aunque con una relevancia práctica decreciente- el SELA. Es posible que por un tiempo aún, quizás prolongado, este mosaico va a continuar siendo parte del escenario de la denominada integración regional.

Distintos factores inciden hoy en la evolución y efectividad de tales acuerdos y, en general, en el desarrollo de relaciones de cooperación e integración en la región latinoamericana. Algunos de los principales son:

  • La realidad de un escenario mundial caracterizado por una nueva distribución del poder y por el protagonismo creciente de países asiáticos y, en especial, de China e India. Pero también por la dificultad de acordar respuestas eficaces a problemas colectivos de alcance global, entre otros relevantes, en el plano del comercio internacional y del cambio climático. En tal marco de proliferación de protagonistas relevantes y de ausencia de un centro del poder mundial, se están generando para cada uno de los países de la región, sean grandes o pequeños, múltiples opciones para sus respectivas estrategias de inserción en la competencia económica global. Y las están ejerciendo.

  • El hecho que no se perciban modelos únicos sobre cómo encarar la organización de espacios económicos regionales ni el trabajo conjunto entre naciones con voluntad de cooperar entre sí, en parte como consecuencia de la crisis que ha afectado en los últimos años a la integración económica europea.

  • La diversidad política y económica que caracteriza la región latinoamericana, que por momentos se traduce en disonancias conceptuales que se manifiestan tanto en el plano político como en el económico, y que se reflejan incluso en la forma de concebir la propia idea de integración regional y los métodos a través de los cuales ella pueda ser desarrollada.

La Argentina, como país relevante en el escenario regional, tiene ante sí el desafío de definir con claridad cuáles son sus intereses en materia de integración y, en particular, cuáles son sus posibilidades de incidir en el diseño de una arquitectura regional que sea viable y que satisfaga tales intereses. En base a los consensos básicos que se logren en el plano interno cabrá encarar las negociaciones con los otros países de la región.

Sin perjuicio de otras, tres parecen ser prioridades recomendables que conviene examinar y ponderar con atención en la perspectiva de intereses y de posibilidades del país:

  • Consolidar la relación con el Brasil como núcleo duro de la construcción de un espacio regional sudamericano inserto activamente en el más amplio latinoamericano. Ello implica desarrollar una agenda para el desarrollo conjunto, que tenga asimismo desdoblamientos en agendas bilaterales con los otros países de la región. E implica, en particular, tomar iniciativas para adaptar el Mercosur a las nuevas realidades de la región y del mundo. Tres planos parecen prioritarios al respecto:

    i. definir una arquitectura del proyecto subregional que permita capitalizar experiencias y activos ya adquiridos, introduciendo criterios de múltiples velocidades, geometrías variables y flexibilidades, que sean conciliables con requerimientos de previsibilidad que son necesarios si se aspira a tener un impacto efectivo en las estrategias de inversión y de articulación productiva;

    ii. encarar notorias insuficiencias institucionales, que se traducen en procesos de decisión y de creación normativa poco eficaces y en reglas de juego que no se cumplen y,

    iii. plantear estrategias de negociaciones externas con los grandes protagonistas del comercio y la inversión internacional y, en particular, con la UE, China y los EEUU, en el marco de un continuo esfuerzo de fortalecimiento del sistema multilateral del comercio mundial institucionalizado en la OMC.

  • Procurar una articulación efectiva con otros esfuerzos de integración regional y, en particular, con la denominada Alianza del Pacífico aprovechando al respecto el marco institucional de la ALADI.

  • Poner énfasis en el incremento de la calidad de la conexión física con los países de la región, así como en la densidad de las redes transnacionales de producción y de innovación tecnológica.

A tal fin la necesaria estrategia país en materia de integración regional requerirá de un fuerte esfuerzo colectivo en al menos tres planos:

  • Capacidad de diagnóstico sobre la continua evolución de realidades regionales y globales caracterizadas por su dinámica, complejidad y diversidad.

  • Articulación eficaz entre los sectores público, empresario, social y académico, a fin de que las estrategias de inserción en la región que se desarrollen reflejen los intereses más amplios del país en su conjunto, tanto en el plano nacional como en el provincial y el local.

  • Concreción de una agenda de negociaciones comerciales internacionales, actuando tanto en los frentes intergubernamentales como en los empresarios, a fin de permitir la construcción de múltiples redes de acuerdos de alcance global, regional e interregional, acordes con las características de un mundo complejo y multipolar.

La dinámica de las relaciones internacionales contemporáneas, tornará necesaria una revisión constante del desarrollo de tal estrategia. Al respecto cabe tener presente que si hay algo que es fácil que se produzca hoy en todos los frentes de acción humana, es la rápida obsolescencia de paradigmas, modelos, conceptos, estrategias y métodos de trabajo. Ello es válido también para operar en el plano de la integración regional latinoamericana. La aptitud mental de cazadores de blancos móviles es entonces lo recomendable para un país que aspire a ser exitoso en su objetivo de potenciar a su favor las oportunidades abiertas en el nuevo entorno global y regional. Es quizás uno de los principales desafíos colectivos que enfrentarán los argentinos en los próximos tiempos.


Félix Peña es Director del Instituto de Comercio Internacional de la Fundación ICBC; Director de la Maestría en Relaciones Comerciales Internacionales de la Universidad Nacional de Tres de Febrero (UNTREF); Miembro del Comité Ejecutivo del Consejo Argentino para las Relaciones Internacionales (CARI). Miembro del Brains Trust del Evian Group. Ampliar trayectoria.

http://www.felixpena.com.ar | info@felixpena.com.ar


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