La idea estratégica de construir un entorno regional latinoamericano
de paz y cooperación, favorable al desarrollo argentino y a la
inserción competitiva del país en el mundo, ha sido valorada
e impulsada en la Argentina de los últimos treinta años.
Es, por cierto, una idea con raíces profundas en el tiempo y, entre
otras, dio en su momento lugar a iniciativas concretas por parte de los
Presidentes Perón y Frondizi.
Es una idea que encuentra un núcleo duro en una relación
confiable entre Argentina y Brasil, abarcando múltiples dimensiones
en el plano político como en el económico y social, incluida
la reflejada en los acuerdos en materia nuclear. Pero de ninguna manera
se limita a esta relación bilateral. Por el contrario, implica
el desarrollo de un complejo y denso tejido de relaciones y acuerdos bilaterales
con los demás países vecinos y luego con los otros países
de la región. Implica también una red, por momentos un poco
confusa, de instituciones de cooperación e integración entre
los países de la región, desarrollada desde 1960 con la
creación de la ALALC. Fue esta institución precisamente
embrión de un sistema de preferencias comerciales entre los países
sudamericanos y México. Tal sistema se inserta hoy en el marco
de la ALADI, al que se han sumado otros países de la región
latinoamericana.
En el abordaje de la integración regional como una idea estratégica
que se construye gradualmente y a través de procesos que están
lejos de ser simples y lineales, cabe tener presente dos planos fundamentales
de reflexión y de acción. Uno es el existencial y otro el
metodológico. El existencial se refiere a las razones que impulsan
a países que comparten un espacio geográfico regional -por
ejemplo el sudamericano o el más amplio latinoamericano- a trabajar
juntos en aras de objetivos valorados, tales como el de paz y estabilidad
política, democracia, desarrollo económico y social, y fortalecimiento
de la capacidad para negociar y competir en el mundo. El metodológico
se refiere a múltiples variantes de modalidades de acción
que, eventualmente, permiten poner en práctica la vocación
de trabajo conjunto.
Para entender ambos planos un aspecto fundamental a tener en cuenta es
que los países optan por trabajar juntos porque entienden que les
conviene. Esto es, llegan a lo regional a partir de la percepción
de concretos intereses nacionales, supuestamente bien definidos. Los acuerdos
que se logran y los mecanismos que se crean, están basados en el
consenso. Es el caso del Mercosur. Nadie obliga a un país a incorporarse
a un acuerdo y luego a seguir participando, si es que entiende que no
le conviene y tiene -o cree tener- opciones diferentes a las planteadas
en un determinado acuerdo. De allí que cabe a cada país
interrogarse sobre su valoración del trabajo conjunto con otro
u otros países de su entorno regional, y sobre cómo entiende
más conveniente encarar los emprendimientos que se acuerden. No
siempre se hace. Ello explica frustraciones que luego afloran.
Tras al menos cincuenta años de avances y retrocesos en la construcción
de un espacio de integración económica que abarque la región
latinoamericana, se observa en la actualidad un mosaico de acuerdos con
distintos alcances y enfoques metodológicos. No es la única
región del mundo en que esto ocurre. Tres acuerdos sobresalen y,
por momentos, se percibe como que son o pueden ser contrapuestos. Uno
es el Mercosur; el otro, más reciente y aún incipiente en
su potencial sustentabilidad, es la Alianza del Pacífico y el tercero,
más limitado en sus alcances prácticos, es el denominado
ALBA. A estos acuerdos se suman otros de alcance geográfico más
amplio, sea en el plano sudamericano, como es UNASUR, o en el latinoamericano,
como son la CELAC, la ALADI y -aunque con una relevancia práctica
decreciente- el SELA. Es posible que por un tiempo aún, quizás
prolongado, este mosaico va a continuar siendo parte del escenario de
la denominada integración regional.
Distintos factores inciden hoy en la evolución y efectividad de
tales acuerdos y, en general, en el desarrollo de relaciones de cooperación
e integración en la región latinoamericana. Algunos de los
principales son:
- La realidad de un escenario mundial caracterizado por una nueva distribución
del poder y por el protagonismo creciente de países asiáticos
y, en especial, de China e India. Pero también por la dificultad
de acordar respuestas eficaces a problemas colectivos de alcance global,
entre otros relevantes, en el plano del comercio internacional y del
cambio climático. En tal marco de proliferación de protagonistas
relevantes y de ausencia de un centro del poder mundial, se están
generando para cada uno de los países de la región, sean
grandes o pequeños, múltiples opciones para sus respectivas
estrategias de inserción en la competencia económica global.
Y las están ejerciendo.
- El hecho que no se perciban modelos únicos sobre cómo
encarar la organización de espacios económicos regionales
ni el trabajo conjunto entre naciones con voluntad de cooperar entre
sí, en parte como consecuencia de la crisis que ha afectado en
los últimos años a la integración económica
europea.
- La diversidad política y económica que caracteriza la
región latinoamericana, que por momentos se traduce en disonancias
conceptuales que se manifiestan tanto en el plano político como
en el económico, y que se reflejan incluso en la forma de concebir
la propia idea de integración regional y los métodos a
través de los cuales ella pueda ser desarrollada.
La Argentina, como país relevante en el escenario regional, tiene
ante sí el desafío de definir con claridad cuáles
son sus intereses en materia de integración y, en particular, cuáles
son sus posibilidades de incidir en el diseño de una arquitectura
regional que sea viable y que satisfaga tales intereses. En base a los
consensos básicos que se logren en el plano interno cabrá
encarar las negociaciones con los otros países de la región.
Sin perjuicio de otras, tres parecen ser prioridades recomendables que
conviene examinar y ponderar con atención en la perspectiva de
intereses y de posibilidades del país:
- Consolidar la relación con el Brasil como núcleo duro
de la construcción de un espacio regional sudamericano inserto
activamente en el más amplio latinoamericano. Ello implica desarrollar
una agenda para el desarrollo conjunto, que tenga asimismo desdoblamientos
en agendas bilaterales con los otros países de la región.
E implica, en particular, tomar iniciativas para adaptar el Mercosur
a las nuevas realidades de la región y del mundo. Tres planos
parecen prioritarios al respecto:
i. definir una arquitectura del proyecto subregional que permita capitalizar
experiencias y activos ya adquiridos, introduciendo criterios de múltiples
velocidades, geometrías variables y flexibilidades, que sean
conciliables con requerimientos de previsibilidad que son necesarios
si se aspira a tener un impacto efectivo en las estrategias de inversión
y de articulación productiva;
ii. encarar notorias insuficiencias institucionales, que se traducen
en procesos de decisión y de creación normativa poco eficaces
y en reglas de juego que no se cumplen y,
iii. plantear estrategias de negociaciones externas con los grandes
protagonistas del comercio y la inversión internacional y, en
particular, con la UE, China y los EEUU, en el marco de un continuo
esfuerzo de fortalecimiento del sistema multilateral del comercio mundial
institucionalizado en la OMC.
- Procurar una articulación efectiva con otros esfuerzos de integración
regional y, en particular, con la denominada Alianza del Pacífico
aprovechando al respecto el marco institucional de la ALADI.
- Poner énfasis en el incremento de la calidad de la conexión
física con los países de la región, así
como en la densidad de las redes transnacionales de producción
y de innovación tecnológica.
A tal fin la necesaria estrategia país en materia de integración
regional requerirá de un fuerte esfuerzo colectivo en al menos
tres planos:
- Capacidad de diagnóstico sobre la continua evolución
de realidades regionales y globales caracterizadas por su dinámica,
complejidad y diversidad.
- Articulación eficaz entre los sectores público, empresario,
social y académico, a fin de que las estrategias de inserción
en la región que se desarrollen reflejen los intereses más
amplios del país en su conjunto, tanto en el plano nacional como
en el provincial y el local.
- Concreción de una agenda de negociaciones comerciales internacionales,
actuando tanto en los frentes intergubernamentales como en los empresarios,
a fin de permitir la construcción de múltiples redes de
acuerdos de alcance global, regional e interregional, acordes con las
características de un mundo complejo y multipolar.
La dinámica de las relaciones internacionales contemporáneas,
tornará necesaria una revisión constante del desarrollo
de tal estrategia. Al respecto cabe tener presente que si hay algo que
es fácil que se produzca hoy en todos los frentes de acción
humana, es la rápida obsolescencia de paradigmas, modelos, conceptos,
estrategias y métodos de trabajo. Ello es válido también
para operar en el plano de la integración regional latinoamericana.
La aptitud mental de cazadores de blancos móviles es entonces lo
recomendable para un país que aspire a ser exitoso en su objetivo
de potenciar a su favor las oportunidades abiertas en el nuevo entorno
global y regional. Es quizás uno de los principales desafíos
colectivos que enfrentarán los argentinos en los próximos
tiempos.
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